Toda la discusión gira en torno a la segunda enmienda a la constitución, la cual establece el derecho a una milicia regulada para garantizar la libertad del Estado y el derecho del pueblo a poseer y portar armas. Quienes están a favor de los controles argumentan que la enmienda se refiere a su uso por la colectividad. Quienes rechazan las regulaciones consideran que el derecho individual está claramente expresado. ¿Puede el gobierno federal o estatal limitar a los ciudadanos el acceso y uso de las armas? El debate puede llevar a un laberinto legal y filosófico, pero la realidad es una: mientras más armas existan en manos de la población, más posibilidades de muertes violentas, y en EEUU hay armas en casi la mitad de los hogares. La afición de los estadounidenses por estos instrumentos es un asunto cultural.
A un año de la matanza de 32 personas en Virginia Tech todavía hay quienes insisten en que más armas significa mayores posibilidades de defenderse y por ende mayor seguridad. ¿Será por ello que desde aquella mañana letal a la fecha las solicitudes de porte se dispararon 73% en Virginia?
No hay plomo que garantice la vida cuando es posible comprar un AK-47 en una feria de pueblo o una ronda de municiones en una tienda por departamento. Pero sobre todo, cuando hay un ser humano detrás del gatillo cargando con todas sus emociones. No puedo sentirme más seguro pensando que mi compañero de trabajo tiene una pistola en la guantera. Los años del lejano oeste quedaron atrás, aunque seamos gobernados por cowboys.
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