6/17/2008

TU LENGUA

Había algo en la suavidad de esa lengua. Probarla fue tentación y en
cuestión de segundos viaje a mi infancia. Con cada bocado me acerque
más y más a esos sabores del hogar, cuando el hogar era el ámbito de
las primeras experiencias y el amor transmitido en la mesa. La salsa
tenía la consistencia perfecta, los aromas del ají y el dulzor de la
cocina caraqueña. Mientras la carne se disolvía en mi boca recordé
los almuerzos de mi madre y el plato cargado de arroz blanco, tajadas
de plátano, y claro, una lengua de res en salsa que en la olla lucia
apetecible pero que en el mercado era sencillamente espantosa. Esa es
una de las glorias de la cocina: embellece los ingredientes para
liberar su poder seductor. La otra gloria es abrir la compuerta de
los sentidos.

Suceso afortunado, estaba en Caracas como invitado a un ejercicio
ideológico en el que Sumito Estévez inculcaba a sus alumnos el
concepto del imperialismo en la cocina. Rodeado de mondongos,
hallacas y courbillon de mero, el chef venezolano les demostraba que
la única manera de lograr un discurso gastronómico era
reconciliándose con los ingredientes vernáculos y rescatando las
recetas tradicionales para moldear una identidad culinaria. A partir
de allí había que conquistar el mundo con una sazón venezolana que
podía mutar y evolucionar en miles de formas, pero que siempre debía
remitir a ese sabor de hogar, donde quiera que ese hogar existiera.
Así como Francia, Japón y Perú habían invadido las grandes ciudades,
Sumito esperaba que cada cocinero emprendiera la misma campaña al
salir de su escuela.

Creo haber comido de todo un poco en esta vida, al menos una vez. Así
como la música y la literatura, la cocina es un delicioso pasaporte a
la diversidad en tiempos globales. Hoy en día estamos expuestos a
sabores y gastronomías que nuestros abuelos jamás imaginaron, pero a
la vez, existe en la cocina de nuestros antepasados el tesoro más
grande de cualquier sociedad. En asuntos de identidad está claro que
conocer los orígenes permite degustar mejor el presente. Sobre todo
cuando ese presente tiene los guiños del papelón, el clavo de olor y
las alcaparras.

Pocas cosas me causan tanta alergia como el nacionalismo. Pero esa
lengua en salsa me convenció que una cosa es el sabor amargo del
chauvinismo y otra es el vínculo amoroso que tejen los alimentos y
los afectos. Además, si el imperialismo debe batirse en lides tan
deliciosas como la competencia por el paladar, estoy de acuerdo en
que iniciemos una verdadera guerra mundial.

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6/05/2008

DEVUELME LA ESPADA

He aquí una campaña que la diplomacia venezolana, siempre presta a
"desfacer entuertos" con ínfulas quijotescas, podría ganar en
beneficio del país y su propia imagen: recuperar la réplica de la
espada de Bolívar que en 2004 Hugo Chávez entregó a Robert Mugabe. En
aquel momento el presidente venezolano alabó a su homólogo de
Zimbabwe como un campeón de la lucha anticolonialista y la defensa de
los pobres. Ya sabemos que Chávez es impulsivo y regalón, pero quizás
ante los hechos recientes en el país africano, la Casa Amarilla (¿o
debería decir Rojita?) podría convencer al presidente de emprender
una épica campaña para rescatar la gloria de Bolívar de las manos de
un hombre fracasado.

Mugabe tiene 28 años en el poder y los últimos han sido un desastre.
Tras expropiar tierras productivas a granjeros blancos para
entregarlas a campesinos negros sin capacidad de sembrarlas y
reformar la constitución a su antojo, las cifras son aterradoras: 80%
de desempleo, más de un millón por ciento de inflación, devaluación
del 84% en el último mes, y un tercio de la población alimentándose
gracias a las agencias internacionales. Dos litros de aceite cuestan
el equivalente a un mes de salario promedio y un pan que en Mayo
costaba 15 millones de dólares zimbabwenses ahora se vende por 600
millones. Según el gobierno, todo esto es culpa de Occidente.

En Mayo pasado Mugabe perdió las elecciones ante el líder opositor
Morgan Tsvangerai, pero eso no fue problema: tras manipular y dilatar
los resultados, acordó una segunda vuelta para el 27 de Junio y
mientras tanto expulsa periodistas extranjeros, prohíbe a las
agencias humanitarias la entrega de alimentos y encarcela por unas
cuantas horas a Tsvangerai tras un mitin político "no autorizado"

Ante semejante desastre, y en honor al reverenciado Libertador, sería
una buena idea que el canciller Nicolás Maduro haga un viajecito a
Harare para decirle a Mugabe "lo siento campeón, pero esta espada te
queda grande"

Aunque pensándolo bien, podría ser una imprudencia. Existe gente mal
intencionada que podría presentarse en Miraflores con el mismo
argumento y despojar al presidente de toda su memorabilia
bolivariana. Claro que Chávez no es Mugabe...aunque todos venimos de
Africa.

PEZ FLACO

Hay libros capaces de arruinarnos la comida, sobre todo cuando se
trata de un delicado sashimi o un suculento ceviche de camarones.
Bottomfeeder, del canadiense Taras Grescoe (Bloomsbury, 2008) es uno
de ellos. Convencido de que la comida del mar es el mejor alimento
que existe, bajo en grasas, alto en Omega-3 y cargado de proteínas,
el autor decide preguntarse ¿de dónde salen el pescado que termina en
mi plato? La respuesta ahoga el apetito: de unos mares poco a poco se
están convirtiendo en inmensos desiertos azules.

Viajando tras la pista de algunas delicias como las ostras de
Bretaña, el curry de camarones en India, las sardinas a la parrilla
en Portugal o sashimi de atún aleta azul en Japón, Grescoe documenta
como la sobrepesca está acabando con especies que hace unos años eran
abundantes, especialmente, aquellas que se ubican en el tope de la
cadena alimenticia.
Y es que así como sucedió con el bacalao del Atlántico en el siglo
pasado, poco a poco nos estamos comiendo un recurso que no es capaz
de mantener la tasas de explotación actual. La voracidad del ser
humano, el incremento del poder de compra, las técnicas depredadoras
como las rastras y el mercado negro incontrolado han reducido
dramáticamente la cantidad y el tamaño de la pesca. El futuro no es
promisorio: océanos poblados por aguamalas y otros invertebrados.

En el caso de la acuacultura, el escenario es de cuidado. Si bien con
algunas especies los resultados han sido positivos, en lo que
respecta a los camarones cultivados en India y los salmones de Chile
o Canadá el reporte quita el hambre: aguas contaminadas, toneladas de
químicos, animales enfermos y un tono rosado de la carne seleccionado
en laboratorio al gusto del productor.

Pero Grescoe no renuncia al pescado, al contrario, lo que propone es
consumirlo de forma ética, conociendo las especies amenazadas y las
técnicas de pesca que arrasan los mares. Es por ello que abandona el
atún de aleta azul y el sea bass chileno para tranzarse por las
ostras, los mejillones, los calamares o las sardinas, por supuesto,
especies no tan glamorosas pero cuyas poblaciones están en
condiciones de soportar el apetito humano. Su mensaje es claro: los
mares y sus peces necesitan que les demos un descanso.

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