La presión hacia China para que cumpla con las normas internacionales de Derechos Humanos debe ser una de las vedettes de estos juegos. Los corresponsales occidentales han reportado que a la par de medidas para mejorar la calidad del aire y el transporte, la policía china ha reforzado su campaña contra disidentes y activistas que demandan apertura, democracia y respeto a los DDHH. La tensión entre un país acostumbrado a controlar la vida pública y la presencia de miles de periodistas acostumbrados a un sistema de libertades no se resolverá fácilmente. Puede que esta sea una gesta deportiva, pero la prensa no debe conformarse con informar solamente los resultados. Estos son unos juegos donde la gran historia está más allá del gimnasio.
La Oficina de Seguridad Pública de China ha insistido en que no permitirá que los juego se conviertan en una plataforma de activismo contra el gobierno. Por ello los correos electrónicos, teléfonos celulares, conexiones a internet e incluso los mismos monitores que usen los visitantes estarán sujetos a control.
La cobertura periodística de estos juegos debe hacerse con una visión panorámica: desde los records de altura a los de contaminación, desde los tiempos en la piscina hasta los meses que llevan disidentes encerrados en las cárceles, del marcador en la pizarra hasta las vallas publicitarias que relatan la riqueza económica en una sociedad controlada por el Partido Comunista, la prensa y el público deben mirar Beijing 2008 más allá de las paredes que China desea imponer.
Hay una gran historia más allá de la muralla y el wonton.