7/24/2009

NO TUMBEN EL SATELITE

La radio en la que me formé era encantadora y artesanal. Dependía de agujas, cinta adhesiva, cuchillas y conexiones analógicas. A mediados de los 80, trabajar en Radio Capital era para mi estar cerca del cielo. Pocas emisoras de Venezuela tenían su calidad de talentos y producción. También sonaban duro YVKE, Rumbos y Continente. Aquel era un tiempo de estaciones AM circunscritas al mercado caraqueño. En el interior la historia era similar: cada emisora llegaba hasta donde le permitía su señal.

En los siguientes 10 años la revolución fue asombrosa: se aprobaron las FM, ocurrió la digitalización y se ensamblaron los primeros circuitos. A mediados de los 90 las emisoras comenzaron a enlazarse por satélite y la industria de la radio dio un salto cuántico. Capacitadas para transmitir a los principales mercados del país, las radios crearon esquemas de comercialización más sólidos para captar a los grandes anunciantes. Esto permitió contratar más personal, atraer mejores talentos y elevar los estándares de producción. Al entrar el siglo XXI la radio venezolana se había alargado los pantalones para medirse ante el resto de la industria en América Latina.

Todo eso pasó ante mis ojos y los oídos del público. Recuerdo la mañana cuando el operador me dijo "estamos conectados al satélite" y desde el estudio de La Mega en Caracas fui capaz de hablar con oyentes en Maracaibo o Valencia o Barquisimeto. Desde entonces el viaje ha sido cada vez más fascinante, al punto de haber realizado desde Miami, en vivo y directo y durante ocho años, un programa que se escuchaba en 9 ciudades del país. De no haber existido el músculo financiero de un circuito como Unión Radio y la robustez de una industria radial moderna, libre y con deseos de crecer, tal aventura no hubiese sido posible.

Los años de Radio Capital los atesoro con el cariño que guardamos por la primaria. Pero afortunadamente la radio dejo de ser local y artesanal para convertirse en un medio global, dinámico y con visión empresarial, beneficios que no solo disfrutamos los radiodifusores, sino especialmente el público. No me queda duda de que la radio actual está mejor adaptada a los tiempos que corren, y lo más importante, tiene una gran diversidad, capaz de llevar a cada público, una programación según sus gustos y necesidades.

Es por ello que si toca hablar del radiocidio en curso, y queremos hacerlo al margen de la política, basta escuchar la evolución de la radio desde el momento en que subió al satélite y pudo soñar en grande.

¿Como oyente, desea usted una involución? Eso es parte de lo que está en juego. 
 

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7/16/2009

RADIOCIDIO

El día que apaguen las radio no quedará el silencio. En su lugar habrá un rumor monocorde que a cada minuto le recordará  a Venezuela la forma como en nombre del pueblo se impuso el gobierno, es decir, el presidente. Con el argumento de la democratización, una vez más, el virus de la militancia ideológica ha transformado la política en un alicate tenaz. Se queda corto quien analiza la nueva ley de Telecomunicaciones como un instrumento de control a los medios. El objetivo es someter la realidad.

¿Es una aventura descabellada? El voluntarismo bolivariano confía en que será un mero trámite redactar la ley, aprobarla y aplicarla. Para una administración acostumbrada a gobernar en cadena y alérgica a la rendición de cuentas, suena lógico multiplicar el discurso oficial para sumar resultados y restar las críticas. Con más radios sintonizadas en rojo la programación será música para los oídos del gobierno.

Vale la pena repetirlo: Si algo debe reconocérsele a la administración Chávez es su capacidad de pervertir los procesos. Durante años existió el clamor por una justa regulación del espectro radioeléctrico, por la creación de un sistema público de radio y TV de calidad, por un quiebre a los carteles comercializadores de medios y por el estímulo a la creación de una industria audiovisual independiente. Ahora, alegando que ese es el objetivo, el gobierno propone una ley que pervertirá esas demandas, con una vuelta de tuerca más: someterá al público y a los medios a un filtro oficial que en nombre del pueblo protegerá al gobierno. ¿De quién? Del pueblo mismo.

Detrás del radiocidio que se ha puesto en marcha existe una estrategia comunicacional sencillamente pasmosa: mostrar una versión de la realidad, que repetida en sus distintas versiones y a través de un mayor numero medios, termine por imponerse en el país.

El éxito de esta estrategia requiere, como en el pasado, de la anuencia de la ciudadanía. Esos oyentes en todo el territorio que han escuchado, visto y sentido las consecuencias de una realidad franquiciada, porque cada vez más, en cada rincón, la presencia del gobierno resulta más contundente. Y con esa presencia viene el mensaje: la Venezuela socialista, la que existe, es el país de los discursos presidenciales y los ecos que repiten sus seguidores. La otra sencillamente está fuera del aire.

El Gran Hermano quiere que lo veas, lo escuches y lo sigas. Y no le gusta que lo contradigan. 
 
 

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7/13/2009

EN EL AIRE

Al gobierno venezolano le encantan las comunicaciones en la medida que difundan la información oficial. Bajo su óptica, informar es sinónimo de propaganda y los medios se dividen entre bocas abiertas a favor de la revolución y bocas a cerrar si están en contra. Ante la crítica al gobierno no le bastan oídos sordos, por ello, cada día su mensaje es más claro: si no me gusta lo que veo, te saco los ojos.

Al igual que sucedió con la prensa y la televisión, ahora llegó  el turno a la radio. Con el argumento de que existe un latifundio radiofónico, los circuitos serán desmantelados para democratizar el espectro y entregar las señales a las comunidades. Quizás convenga enunciar lo anterior de forma más directa: el gobierno le quitará a los empresarios las emisoras para dárselas a sus militantes. Como sucede con toda regla, seguramente veremos unas cuantas excepciones: si el empresario transmite en rojo deberá enarbolar muy en alto su bandera y el perdón le será concedido. 

Para los radiodifusores independientes el mensaje llega nítido: tu empresa depende de una concesión. Y ya sabes quien la otorga, renueva, y sobre todo, quien la revoca.

La movida no es casual. En los últimos años la radio se convirtió  en el medio más dinámico, participativo y abierto del país. Su penetración en el público, su inmediatez en la información, su capacidad para dar voz a las denuncias y esperanzas de la audiencia, abriendo los micrófonos a diversas opiniones, la convirten en un medio incómodo. Así que llegó el momento de doblar antenas y Diosdado Cabello está en camino de lograrlo. La Asamblea solo espera por instrucciones.

Si algo debe reconocérsele a la administración Chávez es su capacidad de pervertir los procesos. La regulación del espectro radioeléctrico, incluyendo las posiciones monopólicas, es un deber del estado. Y por esencia, la radio es un medio local, así que fortalecer la participación comunitaria es muy importante. Pero entonces vienen los peros. Porque una cosa es regular con objetividad y otra muy distinta es gobernar arbitrariamente. Al crear y aplicar las leyes con intenciones político-partidistas se pervierte el mandato constitucional, violando los derechos de unos para favorecer a otros.

Pero a la administración Chávez estas sutilezas le tienen sin cuidado. Las oportunidades de ejercer el poder están en el aire y el gobierno tiene muy claro que debe controlar su vuelo. 

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7/03/2009

EL ZOMBIE OLIVA

De nuevo la política se pinta de verde. Como un estigma, o mejor dicho, una tara sistémica, el músculo militar movió la rueda. Los sucesos de Honduras han puesto al continente a aplaudir, condenar o callar,  según el cristal con que se mire. Pero más allá del relativismo y las sutilezas (o retruécanos) del discurso, lo cierto es que con Honduras resurgió el zombie oliva como el máximo árbitro de la vida nacional.

O dicho de otra forma, en las democracias anémicas, lo que no pueden arreglar las instituciones lo resuelven las charreteras.

Un síntoma de la falta de hierro en los sistemas democráticos de la región ha sido la incapacidad de subordinar a sus Fuerzas Armadas y delimitar su rol en la vida republicana. Durante el siglo XX esto trajo como consecuencia las conspiraciones y alianzas del sector civil para conseguir el poder y preservarlo. Y en este siglo, que no por ser el XXI resulta distinto, el cadáver insepulto del militarismo vuelve a salir del cuartel cuando se le conjura.

Las cosas por su nombre: lo de Honduras fue un golpe de estado y a Manuel Zelaya le correspondía un juicio, que en caso de dictaminar su culpabilidad, llevaría a una posterior destitución. ¿Por qué no sucedió de esa manera? Porque en América Latina resulta más efectivo patear con la bota que tejer un consenso, y en muchas oportunidades, la política se entiende como una demostración de poder y no como una dinámica de negociación.

Por ello resultan sesgadas las opiniones a favor con el argumento de una defensa de la democracia. Pero también sufren de miopía interesada quienes abogan por Zelaya sin reconocer su desacato a las leyes y poderes de su país. En último caso, contextualizar el debate en el pulso de las revoluciones socialistas "chavistas" del continente, nos hace perder de vista el mal de fondo en esta historia: justificando el uso de la fuerza militar con fines políticos se estrangula el desarrollo de un país.

Llegará  el día cuando la ecuación democrática de América Latina no contemple la variable militar y su resultado sean instituciones sólidas y un sistema político que ningún presidente pueda manipular a su antojo, especialmente, en lo referente a las constituciones y períodos de mandato. Para ello hace falta aniquilar al zombie, y según las películas, la única forma de hacerlo es decapitándolo, es decir, sacándonos de la cabeza que los militares son necesarios para gobernarnos. 

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