1/17/2010

SALIR DE ABAJO

Dice un proverbio haitiano que detrás de las montañas hay más montañas. Quizás debería cambiarse y referirse a los precipicios. De manera crónica Haití ha visto sus esperanzas caer y este terremoto abona más sangre y lágrimas a su terrible historia. ¿Por qué la primera nación libre de América Latina es una letanía de tragedias? Tras doscientos seis años de independencia, lo que fuera una próspera y exuberante colonia azucarera se ha transformado en un país desforestado con la mayor pobreza del continente.

Una respuesta está en la esclavitud y los malos gobiernos. La dulce riqueza colonial se basó en la explotación, primero de los indios taínos y luego de los africanos. La segregación racial continuó  tras la emancipación, con un sistema que privilegió a blancos y mulatos a costillas de la mayoría negra. Las inequidades fueron aprovechadas por gobiernos corruptos y caudillos sedientos de poder que lanzaron más de 30 golpes de estado, saquearon el tesoro público y facilitaron varias ocupaciones, incluyendo una de casi 20 años por los EEUU. No fue sino hasta 1990 cuando Haití tuvo sus primeras elecciones democráticas y ocho meses después hubo otro golpe. En caos volvió en 2004 con un nuevo el ciclo de asonadas, intrigas y pandillas que requirió la intervención de la ONU. Hoy en día más del 80% de la población haitiana es pobre y casi el 60% vive con menos de un dólar al día.

Segundos antes del temblor Haití gozaba de una calma relativa. La asistencia internacional permitía soñar con cierta prosperidad y de nuevo circulaban los folletos turísticos. Pero detrás de un precipicio hay más precipicios. Puerto Príncipe está en el suelo. El gobierno de René Preval, así como el palacio presidencial, está arruinado. "Tout ayiti kraze" dijo en creole un sobreviviente a las cámaras. Todo el país dejó de existir.

De Haití se puede contar una historia de explotación colonial para explicar lo sucedido. Pero el reto estará en contar la historia por venir con otros paradigmas. Si la sociedad haitiana es capaz de romper el ciclo de miseria y su gobierno logra erradicar la segregación y las disparidades económicas, volar sobre el precipicio será posible. Para ello la ayuda internacional debe concentrarse en reforzar el gobierno, pero primero, Haití tiene que hacer un pacto político y social: construir un país requiere del trabajo conjunto. Reconstruirlo exige un sacrificio solidario.  

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1/08/2010

LA MAMA DE MIAMI

Hay quienes son capaces de ver lo que aún no existe. Gente como Julia Tuttle, viuda de un empresario de Cleveland, quien en noviembre de 1891 atravesó  en una balsa de madera la Bahía de Biscayne con la firme disposición de hacer dinero con las tierras que recién había comprado. Llegó acompañada por sus dos hijos veinteañeros, la criada, dos vacas y los gratos recuerdos de su primer viaje, quince años atrás, cuando pasó una temporada en casa de William Brickel, un pionero que le vendía productos manufacturados a los indios. Para aquel entonces menos de 200 personas vivían en el área, pero Julia Tuttle aseguraba que era cuestión de años para que en lugar de rocas, matorrales y enredaderas, emergiera un paisaje urbano de casas modernas, árboles frutales y flores.

Para 1895 la mejor parte de sus 250 hectáreas en la ribera norte de la desembocadura del río Miami ya habían sido desbrozadas, pero a nadie le interesaba vivir en aquellas tierras fronterizas. Entonces llegó una helada que arruinó los naranjales en Florida central pero no alcanzó los cultivos del sur. Las pérdidas millonarias le dieron una oportunidad a Julia: envió al empresario ferrovial Henry Flagler una oferta por la mitad de sus tierras acompañada de una flor de naranjo para demostrarle que además de benigno, el clima al sur de la Florida podía ser buen negocio. Para el otoño Flagler ordenó a John Sewell que trazara calles y parcelas y en 1896, con la llegada del primer tren, la ciudad de Miami quedó oficialmente constituida.

Cuentan que una tarde de verano J.E. Lummus, quien sería uno de los primeros banqueros de la región, le preguntó a la señora Tuttle en su porche "¿Realmente cree que hay algún futuro aquí?". Sin pestañear, ella respondió. "si vives lo suficiente verás cien mil personas en esta ciudad". Poco después una epidemia de fiebre amarilla espantó a los pioneros y apenas 1.600 personas recibieron el siglo XX en Miami. Julia no estaba entre ellos. Había muerto de meningitis a los 50 años, dejándole a sus hijos una deuda monumental que los obligó a vender las tierras restantes.

Donde una vez estuvo su casa ahora se elevan los rascacielos del downtown. La ciudad ya tiene 400 mil habitantes, pero el condado Miami-Dade alcanza los dos millones y medio. Más de la mitad nacieron fuera de los Estados Unidos y cada día llegan más inmigrantes. Algunos visionarios, otros un tanto locos, todos atraídos por algo que Julia Tuttle, nacida en Cleveland en enero de 1849,  vio entre los manglares y los mosquitos 
 

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