Hay libros capaces de arruinarnos la comida, sobre todo cuando se
trata de un delicado sashimi o un suculento ceviche de camarones.
Bottomfeeder, del canadiense Taras Grescoe (Bloomsbury, 2008) es uno
de ellos. Convencido de que la comida del mar es el mejor alimento
que existe, bajo en grasas, alto en Omega-3 y cargado de proteínas,
el autor decide preguntarse ¿de dónde salen el pescado que termina en
mi plato? La respuesta ahoga el apetito: de unos mares poco a poco se
están convirtiendo en inmensos desiertos azules.
Viajando tras la pista de algunas delicias como las ostras de
Bretaña, el curry de camarones en India, las sardinas a la parrilla
en Portugal o sashimi de atún aleta azul en Japón, Grescoe documenta
como la sobrepesca está acabando con especies que hace unos años eran
abundantes, especialmente, aquellas que se ubican en el tope de la
cadena alimenticia.
Y es que así como sucedió con el bacalao del Atlántico en el siglo
pasado, poco a poco nos estamos comiendo un recurso que no es capaz
de mantener la tasas de explotación actual. La voracidad del ser
humano, el incremento del poder de compra, las técnicas depredadoras
como las rastras y el mercado negro incontrolado han reducido
dramáticamente la cantidad y el tamaño de la pesca. El futuro no es
promisorio: océanos poblados por aguamalas y otros invertebrados.
En el caso de la acuacultura, el escenario es de cuidado. Si bien con
algunas especies los resultados han sido positivos, en lo que
respecta a los camarones cultivados en India y los salmones de Chile
o Canadá el reporte quita el hambre: aguas contaminadas, toneladas de
químicos, animales enfermos y un tono rosado de la carne seleccionado
en laboratorio al gusto del productor.
Pero Grescoe no renuncia al pescado, al contrario, lo que propone es
consumirlo de forma ética, conociendo las especies amenazadas y las
técnicas de pesca que arrasan los mares. Es por ello que abandona el
atún de aleta azul y el sea bass chileno para tranzarse por las
ostras, los mejillones, los calamares o las sardinas, por supuesto,
especies no tan glamorosas pero cuyas poblaciones están en
condiciones de soportar el apetito humano. Su mensaje es claro: los
mares y sus peces necesitan que les demos un descanso.
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