7/04/2008

ACTOS DE HUMANIDAD

El de Ingrid Betancourt al bajar del avión de la Fuerza Aérea de Colombia hablando de paz, de perdón, de compasión por sus captores y del amor que recibió de todos sus compatriotas. Sus palabras fueron una oración de vida. Una demostración que cuando se está, como ella mismo lo dijo, "del lado de los buenos", hay una justicia más grande que siempre falla a favor.

 El del Cabo William Pérez que cuidó a Ingrid en la selva cuando la enfermedad y la depresión se la comían. La sonrisa franca de ese muchacho que con sueros y antibióticos también le inyectó esperanza, tiene el brillo de todos los que el pasado miércoles 2 de Julio recibimos una poderosa dosis de aliento y energía vital. Vivimos mientras haya quien nos recuerde, nos alimente, nos abrace.

El del pueblo colombiano que ha resistido un diluvio y sigue al descampado porque sabe que el sol saldrá. Su espíritu ha sido indoblegable. Lágrimas, marchas y desvelos se han pagado con milagros y muertes. Así como hoy el nombre de Ingrid Betancourt y los 14 liberados de las FARC saben a gloria, los colombianos no olvidan nombres como los de Marina Montoya y Diana Turbay, capturadas por el Cartel de Medellín y a quienes el ejército no pudo entregar con vida a sus familias. El secuestro es un crimen injustificable y Colombia ha demostrado que la voluntad popular jamás será rehén de quienes consideran la vida una mercancía.

El que esperamos de las FARC. No hay otro camino sino deponer las armas, liberar a todos los secuestrados y negociar. Este es el comienzo del fin de su lucha.

El del presidente Uribe, quien cedió los reflectores a los liberados y a los organismos de seguridad. Todos los agradecimientos llevaban su nombre pero no se robó el show. Jugó fuerte y ganó. Esta operación pudo haber sido la noticia de una masacre. Pero la perseverancia, la capacidad y la suerte estuvieron de su lado. En la estratosfera de la popularidad, ahora tiene la oportunidad de blindar la democracia y las leyes en su país. Quizás una manera de hacerlo es balanceando el personalismo con la institucionalidad.

El de millones de personas que sentimos los pelos erizados, las lágrimas a punto de saltar, cuando esa mujer maltratada y feliz nos contaba su júbilo al escuchar en ese helicóptero "somos el ejército nacional, son libres" 

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