11/19/2009

TUDO BEM

Al decir Brasil la imagen que viene a mi mente no es la garota de Ipanema sino una larga carretera. Hace 15 años conduje mi auto desde Caracas hasta Salvador de Bahía en un viaje inolvidable, con la fantasía de encontrar al final del camino esa imagen de postal idealizada. Me tomó casi un mes fotografiar a una bahiana en el Pelourinho y comer acarajé. Primero tuve que atravesar casi 800 km de selva entre Boa Vista y Manaos, descender en gabarra por el Amazonas, a ratos tan ancho que las riberas se perdían de vista, bailar el año nuevo en las empobrecidas calles de Sao Luís de Maranaho y rodar entre los cañaverales de Pernambuco viendo los rostros tiznados de los obreros semiesclavisados.

Al llegar a Salvador y contemplar A Baía de Todos os Santos mi admiración por Brasil era tan grande como su territorio. El país surfeaba una de sus crisis recurrentes tras superar la hiperinflación del Plan Cruzado y sufrir el contagio del Efecto Tequila. Aún así, era posible sentir la fuerza con que giraban las ruedas del progreso en Brasil. Y eso que en sus rodovias abundaban profundos buracos capaces de reventar el neumático más tenaz.

Finalmente la carretera brasileña ha desembocado en el parador del éxito. Su historia reciente es un caso para entender la creación de riqueza a partir de un Estado protector y un astuto y competitivo sector empresarial. Es cuestión de años para que su economía sea la quinta del mundo, y a diferencia de otras naciones emergentes como India, China y Rusia, es un país sin tensiones étnicas, democrático y pacifista. Sin dudas Brasil es el gran actor en América Latina, tejiendo una red de influencias que le garantiza muy buenos negocios.

¿Todo gracias a Lula? El consenso es que Da Silva heredó los frutos de Fernando Cardoso, ha tenido la fortuna de un ciclo favorable con las materias primas y ha sido inteligente al manejar el libre mercado con una buena dosis de tropicalismo. Pero lo más importante ha sido la clara visión de la clase política y empresarial al construir una economía interna capaz de impulsar a sus multinacionales para que conquisten el mundo.

Seguramente que todavía en el noreste la pobreza se asienta a la orilla del camino y en las riberas del Amazonas faltan servicios y comodidades. Pero existe una esperanza y hay resultados concretos. Brasil siempre ha combinado el orgullo nacional con una alegría contagiosa, y ahora a felicidade llega con un Mundial, unos Juegos Olímpicos, y un futuro que se dispara como un cohete. 

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