4/27/2009

LA VIDA DE LAS PALABRAS.

Imposible saber hasta dónde llegarán nuestras palabras. Qué destino tendrán o cómo serán interpretadas. En todos los años en que las he usado como herramientas de trabajo, siempre me ha sorprendido su capacidad de vuelo, de mutación, de encanto. Una cosa es nuestra intención al comunicar y otra la reacción de quien escucha. Es un asunto maravilloso: cada quién interpreta a su manera, escuchando o leyendo significados que jamás pensamos podían existir entre líneas.

Cada semana sucede de alguna manera con esta columna, en los diversos correos electrónicos o los comentarios que genera. A pesar de que muchas veces creo ser claro en mis opiniones, los lectores sustraen de ellas los giros más inesperados. Incluso cuando trabajo en comerciales de radio o televisión el fenómeno aparece. El lenguaje publicitario, concebido para que no se preste a interpretaciones, o peor aún, a confusiones, termina siendo digerido por la subjetividad de cada quien. Cada cabeza es un mundo, dice el lugar común, y como individuos tenemos en común que entendemos el mundo a través de la óptica de nuestros pensamientos.

En estos días he disfrutado las corrientes más sutiles que arrastran las palabras. Al conversar sobre mi novela Una ola tras otra, periodistas, lectores y amigos, han encontrado en sus páginas mensajes e imágenes que jamás sospeché. En sus preguntas y comentarios, al escoger una frase o pasaje del libro, es como si además de interpretarlo, también lo estuviesen rescribiendo. La novela se transforma así, como cualquier otra creación, en una experiencia que completa el otro a partir de aquello que ve, o más fascinante aún, que quisiera ver. Es como si en libro, en lugar de ser letra atrapada en el papel, se convirtiera en una experiencia dinámica en manos del lector. Es entonces cuando la comunicación se hace totalmente fascinante, rebasando lo dicho o escrito, para ser una especie de comunión del entendimiento.

Aunque la verdad, creo que apenas estoy escarbando en la superficie. Tras pasearme por las líneas anteriores, buscando ajustar las ideas para un párrafo final, veo a través de la ventana el Avila y me pierdo en los tonos de amarillo que bañan la montaña. Son las primeras horas de un día despejado y algunas lomas se revelan con el verde más puro, mientras otras se esconden tras el velo blanco de la luz. Un segundo tras otro, la naturaleza va escribiendo sobre el cerro el paso del tiempo, pero yo leo los recuerdos de mi vida y mi amor a esa montaña. Sin palabras.

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