11/26/2008

OCTAVITA ELECTORAL

Ha pasado una semana del 23-N. Más que un carnaval político, aquello
fue una fiesta democrática que todavía podemos celebrar.
Primero, porque el voto demostró ser el arma del pueblo. Luego de
sufrir los atentados del abstencionismo, el discurso del fraude y el
golpismo, el poder del voto derribo mitos y prejuicios. Cuando los
ciudadanos se cuentan, el resultado es mayor que la voluntad individual.

Segundo, la dinámica política se reveló más compleja que
simplemente ganar o perder. Está en saber gobernar. Eso obliga a ver
más allá del azul y el rojo. Por naturaleza, Venezuela es multicolor:
la tonalidad en la piel de su gente refleja que la pluralidad siempre
ha existido. Poco a poco, ojalá, esa idea de unos contra otros irá
cediendo paso a la convivencia para resolver nuestras diferencias en
paz.

Tercero, los ciudadanos le están enseñando a sus dirigentes a jugar
en democracia. A sus instituciones, a servir al Estado y no al
mandatario. Al gobierno, conocer lo límites del poder y el poder de
la libertad. A la oposición, a desarrollar una agenda, alianzas y
estrategia.

Cuarto, quedó claro que la ideología no aguanta la realidad. Sea de
izquierda o derecha, las necesidades que padecen los ciudadanos
obligan a buscar un centro: un espacio de valores y objetivos comunes
que abra oportunidades. Para todos. La inclusión no es excluyente,
por antonomasia.

Quinto, los cuarenta años de la cuarta, o la década de la quinta, ya
no dicen nada. El futuro del país se construye en el presente. Eso es
ahora.

Sexto, los venezolanos no esperan de sus nuevas autoridades un pase
de factura, sino un presupuesto transparente que arroje una memoria y
cuenta positiva. Importan lo líderes, pero hacen falta gerentes
públicos. Al votar, lo entiende cada vez más el ciudadano, se está
contratando a un servidor.

Séptimo, los radicales van siendo desplazados. Quizás en su soledad
entiendan que nadie tiene toda la verdad en sus manos.

Octavo, tras los deslaves hegemónicos e inconstitucionales, se van
normalizando los actos democráticos. De forma lenta, pero continua,
las aguas del autoritarismo, la violencia y las vías rápidas al
poder, van siendo contenidas por los diques de la modernidad.

Una semana después del 23-N, Venezuela está muy lejos de ser
Disneylandia. Pero sin duda, en más de un sentido, es el país de las
maravillas.

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