7/03/2009

EL ZOMBIE OLIVA

De nuevo la política se pinta de verde. Como un estigma, o mejor dicho, una tara sistémica, el músculo militar movió la rueda. Los sucesos de Honduras han puesto al continente a aplaudir, condenar o callar,  según el cristal con que se mire. Pero más allá del relativismo y las sutilezas (o retruécanos) del discurso, lo cierto es que con Honduras resurgió el zombie oliva como el máximo árbitro de la vida nacional.

O dicho de otra forma, en las democracias anémicas, lo que no pueden arreglar las instituciones lo resuelven las charreteras.

Un síntoma de la falta de hierro en los sistemas democráticos de la región ha sido la incapacidad de subordinar a sus Fuerzas Armadas y delimitar su rol en la vida republicana. Durante el siglo XX esto trajo como consecuencia las conspiraciones y alianzas del sector civil para conseguir el poder y preservarlo. Y en este siglo, que no por ser el XXI resulta distinto, el cadáver insepulto del militarismo vuelve a salir del cuartel cuando se le conjura.

Las cosas por su nombre: lo de Honduras fue un golpe de estado y a Manuel Zelaya le correspondía un juicio, que en caso de dictaminar su culpabilidad, llevaría a una posterior destitución. ¿Por qué no sucedió de esa manera? Porque en América Latina resulta más efectivo patear con la bota que tejer un consenso, y en muchas oportunidades, la política se entiende como una demostración de poder y no como una dinámica de negociación.

Por ello resultan sesgadas las opiniones a favor con el argumento de una defensa de la democracia. Pero también sufren de miopía interesada quienes abogan por Zelaya sin reconocer su desacato a las leyes y poderes de su país. En último caso, contextualizar el debate en el pulso de las revoluciones socialistas "chavistas" del continente, nos hace perder de vista el mal de fondo en esta historia: justificando el uso de la fuerza militar con fines políticos se estrangula el desarrollo de un país.

Llegará  el día cuando la ecuación democrática de América Latina no contemple la variable militar y su resultado sean instituciones sólidas y un sistema político que ningún presidente pueda manipular a su antojo, especialmente, en lo referente a las constituciones y períodos de mandato. Para ello hace falta aniquilar al zombie, y según las películas, la única forma de hacerlo es decapitándolo, es decir, sacándonos de la cabeza que los militares son necesarios para gobernarnos. 

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