10/01/2009

CASO DE ESTUDIO

Más allá del impacto mediático, la capacidad de movilización o la influencia sobre la OEA, el verdadero terremoto tras la huelga de hambre de más de 160 estudiantes en Venezuela es el compromiso de estos jóvenes con sus ideales. El gobierno puede leer la cartilla de la manipulación hasta la saciedad y los analistas podrán darle todos los giros posibles a sus acciones; pero algo es innegable: la energía de los estudiantes promete detonar una reacción en cadena de efectos impredecibles.

Nada tan poderoso como el espíritu humano en alas de la emoción. Eso lo sabe la revolución bolivariana, que ha sido capaz propagar su credo con oportunas dosis de ideología, verdades a medias y carisma. La fortaleza del chavismo se explica mejor a través de la conexión emocional de sus militantes con el idealismo revolucionario, que por el contundente adoctrinamiento socialista. Por ello la convicción de los estudiantes resulta demoledora: estos chicos tienen una motivación genuina, profunda e intensa. Su poder estriba en su idealismo, no en sus intereses personales.

Para los estudiantes el objetivo no es tumbar a Chávez, tampoco erradicar el chavismo. Mi impresión es que estos jóvenes apuntan a algo mucho más elevado. Para ellos el objetivo es la libertad de pensamiento, la igualdad de todos ante las leyes y la fraternidad de los venezolanos en un mismo territorio.

¿Suena muy francesa la consigna?

Estos chicos han crecido con el proceso y en los últimos dos años han descubierto la contundencia de la acción colectiva, y sobre todo, las dimensiones del poder que enfrentan.

Estos jóvenes han descubierto la política por su cuenta y no por el dictado de un líder. Son ciudadanos vitalizados por el calor de la calle, el humo de las lacrimógenas y los sueños de juventud. Hombres y mujeres cuya energía, alcanzando una masa crítica, será una real amenaza para el autoritarismo.

El gobierno venezolano puede invertir sus esfuerzos en desmantelar planes magnicidas, bajarle la cabeza a los dueños de medios, amamantar estudiantes oficialistas o ensamblar patrullas electorales. Pero los 160 estudiantes en huelga de hambre dejan en claro que el futuro no será una película monocolor ni tampoco un proceso irreversible.

Quizás estos jóvenes alcancen su madurez y el retrato de Hugo Chávez aún cuelgue en las oficinas públicas. Pero nadie podrá convencerlos de entregar su voluntad ni de vender sus ideales. Y eso los hace verdaderos revolucionarios.

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